Fue en 1992
cuando los caras pintadas, como eran llamados los manifestantes, expulsaron a
Fernando Collor de Mello del Palacio do Planalto, sede del Ejecutivo en Brasilia.
Exigir la renuncia del primer presidente
electo (y corrupto) por el voto popular después de una dictadura que se extendió
desde 1964 hasta 1986, fue una gran conquista del pueblo brasileño. Pero ese
mismo presidente que fue expulsado en 1992 por serios indicios de corrupción,
que usó de artimañas y mentiras para derrotar a su contrincante Luis Inácio
Lula da Silva, vuelve a la política en el siglo XXI no sin la bendición de Lula,
ahora aliados, refiriéndose a su antiguo enemigo así: “Collor aprendió la
lección”.
Fue también
durante el primer mandato de Lula cuando el diputado Roberto Jefferson le gritó
desde el congreso nacional a José Dirceu, “chefe da casa civil” (jefe de
gabinete), para dejar el Ejecutivo y asumir su participación en el esquema de
desvío de recursos públicos denominado de “mensalão”, através del cuál se
compraban las voluntades de parlamentarios en Brasilia para la aprobación de
proyectos gubernamentales. Dicho escándalo casi le costó a Lula las elecciones
en 2006 que le permitirían gobernar el país por más cuatro años e indicar a su
sucesora Dilma Roussef en el año 2010 para el próximo período presidencial. De
igual forma, este escándalo le costó la cabeza a varios políticos de todos los
colores partidarios, tanto del PT como del PSDB, PMDB, PL (partido de su fallecido
compañero de fórmula José Alencar), pero a pesar de haber sido condenados continúan
libres e impunes, y no sólo eso, ejerciendo cargos públicos que les garantizan
la impunidad (inmunidad le llaman algunos).
El exministro de
hacienda de Lula, Antonio Palocci, también perdió su cargo a raíz de un escándalo
de violación del sigilo bancario de un conserje que abrió la boca denunciando
actividades sospechosas en una casa que el político frecuentaba junto con otros
colegas de “oficio”. En 2011, después de haber coordinado la campaña de Dilma
(de la misma forma que Dirceu coordinó la campaña de Lula) Palocci intenta
volver a la política como jefe de gabinete de Dilma pero también
corrió la misma suerte de Dirceu, ambos miembros del PT, y tuvo que renunciar a
su cargo al no conseguir explicar el crecimiento exacerbado de su fortuna
personal en un cortísimo período de tiempo (¿tráfico de influencias?).
Pero los
escándalos de corrupción no datan del gobierno Lula, su antecesor, Fernando
Henrique Cardoso (FHC), también amargó diversos escándalos de corrupción cuando
gobernó entre 1994-2002. Es un secreto a voces por ejemplo la compra de votos
para aprobar la enmienda de la re-elección, algo que nunca llegó a ser juzgado
por la justicia brasileña. De igual forma algunos ministros del gobierno FHC
tuvieron que renunciar al gabinete cuando se intentaba aprobar en el congreso
nacional la privatización del sistema de telecomunicaciones brasileño
(Telebrás), después que las grabaciones de una línea telefónica intervenida
fueron a parar a la prensa, grabaciones que contenían declaraciones altamente comprometedoras.
Sólo en el
gobierno de Dilma Roussef más de media docena de funcionarios de primer
escalón, entre ministros y secretarios, tuvieron que renunciar al gobierno por
sospechas de corrupción. Y así podríamos continuar citando muchos otros casos como
el caso de los enanos del presupuesto en 1993 (anões do orçamento) que desviaban
recursos del gobierno federal para sus cuentas personales y usaban medios como
la compra de billetes de lotería premiados para lavar el dinero robado.
Más curioso aún
fue ver llegar al poder a un tal de Luis Inácio de Lula da Silva (“the man”,
según Barack Obama), el redentor de los pobres, que como él mismo decía cuando
fue candidato a la presidencia por tres ocasiones seguidas antes de conseguir
ganar, que resolvería los problemas del país con una firma. Y como dice el
dicho, lo prometido es deuda, así que asumió el poder puso en marcha una serie
de programas sociales que según las estadísticas oficiales sacaron de la
pobreza a no menos de 20 millones de personas. De igual forma implementó el
famoso programa de habitación llamado “minha casa minha vida” (mi casa, mi
vida) que aumentó la demanda inmobiliaria en todo el país y que permitió que
muchas personas pudieran realizar el sueño de la casa propia, no sin antes
claro está, generar una burbuja inmobiliaria.
El programa social de Lula, el “bolsa familia”,
que le asigna una mensualidad a los padres de familia que envían a sus hijos a
la escuela, también aceleró la demanda interna de bienes y servicios, y aliado
a la demanda externa de commodities en cortos cuatro años Lula puso a Brazil en
la ruta del crecimiento económico, llevándolo a la posición número seis de los
países más ricos del mundo, sobrepasando incluso a Inglaterra, otrora el
imperio británico.
Sin embargo, toda
esa riqueza generada por los programas sociales, la demanda inmobiliaria y la demanda externa por las
commodities, abundantes en el país del futbol y el carnaval, no fueron capaces
de generar una mejor distribución de la riqueza, y aunque la FEBRABAN
(Federación brasileña de bancos) y la FIESP (Federación de las Industrias del
Estado de São Paulo) rompían año con año sus records de ganancias,
la precariedad de los servicios sociales y la infra-estructura, la corrupción, la
inflación saliendo de control y la violencia alcanzando records inimaginables, acabaron
tornándose el carcañal de Aquiles del gobierno “socialista” del PT que ya se
encuentra en su tercer mandato.
Y una vez que la
demanda externa por commodities disminuyó, el éxito del gigante verde-amarillo demostró
que tenía pies de barro, y a pesar del aparente éxito que había mostrado
durante los últimos 11 años de gobierno petista, las cosas no están tan bien
como parecían. Ni siquiera el aumento del poder adquisitivo de la clase media
fue capaz de mantener a la gente satisfecha con las contradicciones del éxito
brasileño, éxito que no se reflejaba en las condiciones de vida del brasileño
común, en la calidad de los servicios sociales o en la infra-estructura.
Pero con todo ese
cuadro de contradicciones, cómo se puede explicar que no haya sido sino un aumento
de veinte centavos en las tarifas del transporte público que hizo explotar la
paciencia de los brasileños. Cómo se puede explicar que el país que hace poco
más de cuatro años atrás celebraba junto con el redentor de los pobres, Lula,
la conquista de la sede del mundial de fútbol en 2014 y de los juegos olímpicos
en 2016, ahora se lanza a las calles a reclamar por los excesivos gastos para hospedar
esos eventos, mientras que los de a pié se mueren en los corredores de los
hospitales, las escuelas públicas se están cayendo o simplemente los ciudadanos
pueden ser asaltados a plena luz del día en los grandes centros urbanos, en un
país donde nominalmente mueren más personas anualmente que en cualquier país en
guerra.
Pero qué decir
entonces de las agresiones que miembros del sindicato de la CUT - Central Única
de los Trabajadores - (uno de los
sindicatos que junto con el PT llevó al poder a Lula) sufrieron durante las
manifestaciones, o de cómo banderas de diversos partidos políticos han sido
quemadas durante las manifestaciones. Si se puede hablar de una primavera
brasileña (o tropical como otros insisten en llamarla), esta parece ser una
primavera sin intermediarios. La
gente no se cansó apenas de la falta de eso o de aquello, la gente se cansó de
los políticos de siempre, no hay banderas del PT, PSDB, DEM, PSTU o PSOL en las
manifestaciones, estas no son permitidas y hay de aquellos que se atrevan a
levantarlas, hay reivindicaciones, demandas, exigencias por el fin de la
corrupción, del clientelismo, de las negociaciones por debajo de los manteles,
y los resultados de los protestos no se han hecho esperar, en Rio de Janeiro y
São Paulo los precios de los pasajes no sufrirán el anunciado aumento de veinte
centavos. Pero la gente quiere más, la gente ha descubierto que las calles
tienen más poder que el voto y que las demandas de la población no pueden
esperar por las próximas elecciones en 2014 cuando los gobernadores y el
presidente serán relevados.
De la primavera
árabe tendrán que aprender los brasileños. No basta reivindicar, exigir,
gritar, es necesario un proyecto, es necesario organizarse, son necesarias
caras nuevas, porque si nada de esto se da, en 2014 las caras, las banderas y
las promesas de campaña serán las mismas, como en todos los años anteriores. El
siguiente paso tiene que ser dado, la gente tiene que organizarse en los
barrios, en las escuelas, en los trabajos (los sindicatos), es la gente, y no
los intermediarios, los políticos de siempre, los corruptos de siempre, que
tiene que buscar las alternativas para la resolución de sus problemas y
exigirle a los gobiernos locales, estaduales y federal el cumplimiento de la agenda
popular.
“En río revuelto,
ganancia de pescador”, acostumbra a decir mi papá, y el oportunismo no se hará
esperar, como sucedió en Egipto con los “hermanos
musulmanes” o como sucedió en Lybia o Tunisia. Un gran paso ha sido dado, el
gigante durmiente ha despertado de su letargo, no dejen que se duerma de nuevo,
la hora es ahora, las reformas no pueden esperar, los corruptos, los
mensaleros, los políticos que tanto dinero le cuestan al país para no hacer
nada tienen que salir del poder y ser juzgados.
Viví 7 años en
Brazil y confieso que nunca vi una cosa semejante a la que se está viendo
ahora, y eso es algo que me alegra. Ni el mundial del futbol ni las olimpíadas
fueron capaces de anestesiar a los brasileños, muchos amigos míos se han ido a
las calles a protestar, a manifestarse con la esperanza de días mejores,
incluso gente que siempre fue indiferente con la política.
Si en Brazil
veinte centavos fueron la gota que colmó el vaso, ¿cuántos centavos serán
necesarios para que los salvadoreños despertemos de nuestro sueño y exijamos un
país mejor para todos? ¿O simplemente nos vale veinte?
Edwin Lima
Ingenerio de sistemas graduado en Brazil en 1997 y padre de dos hijos brasileños.
edwinlima.blogspot.com
Ingenerio de sistemas graduado en Brazil en 1997 y padre de dos hijos brasileños.
edwinlima.blogspot.com