Friday, 21 June 2013

¿PRIMAVERA BRASILEÑA?



Fue en 1992 cuando los caras pintadas, como eran llamados los manifestantes, expulsaron a Fernando Collor de Mello del Palacio do Planalto, sede del Ejecutivo en Brasilia. Exigir la renuncia del  primer presidente electo (y corrupto) por el voto popular después de una dictadura que se extendió desde 1964 hasta 1986, fue una gran conquista del pueblo brasileño. Pero ese mismo presidente que fue expulsado en 1992 por serios indicios de corrupción, que usó de artimañas y mentiras para derrotar a su contrincante Luis Inácio Lula da Silva, vuelve a la política en el siglo XXI no sin la bendición de Lula, ahora aliados, refiriéndose a su antiguo enemigo así: “Collor aprendió la lección”.

Fue también durante el primer mandato de Lula cuando el diputado Roberto Jefferson le gritó desde el congreso nacional a José Dirceu, “chefe da casa civil” (jefe de gabinete), para dejar el Ejecutivo y asumir su participación en el esquema de desvío de recursos públicos denominado de “mensalão”, através del cuál se compraban las voluntades de parlamentarios en Brasilia para la aprobación de proyectos gubernamentales. Dicho escándalo casi le costó a Lula las elecciones en 2006 que le permitirían gobernar el país por más cuatro años e indicar a su sucesora Dilma Roussef en el año 2010 para el próximo período presidencial. De igual forma, este escándalo le costó la cabeza a varios políticos de todos los colores partidarios, tanto del PT como del PSDB, PMDB, PL (partido de su fallecido compañero de fórmula José Alencar), pero a pesar de haber sido condenados continúan libres e impunes, y no sólo eso, ejerciendo cargos públicos que les garantizan la impunidad (inmunidad le llaman algunos).

El exministro de hacienda de Lula, Antonio Palocci, también perdió su cargo a raíz de un escándalo de violación del sigilo bancario de un conserje que abrió la boca denunciando actividades sospechosas en una casa que el político frecuentaba junto con otros colegas de “oficio”. En 2011, después de haber coordinado la campaña de Dilma (de la misma forma que Dirceu coordinó la campaña de Lula) Palocci intenta volver a la política como jefe de gabinete de Dilma pero también corrió la misma suerte de Dirceu, ambos miembros del PT, y tuvo que renunciar a su cargo al no conseguir explicar el crecimiento exacerbado de su fortuna personal en un cortísimo período de tiempo (¿tráfico de influencias?).

Pero los escándalos de corrupción no datan del gobierno Lula, su antecesor, Fernando Henrique Cardoso (FHC), también amargó diversos escándalos de corrupción cuando gobernó entre 1994-2002. Es un secreto a voces por ejemplo la compra de votos para aprobar la enmienda de la re-elección, algo que nunca llegó a ser juzgado por la justicia brasileña. De igual forma algunos ministros del gobierno FHC tuvieron que renunciar al gabinete cuando se intentaba aprobar en el congreso nacional la privatización del sistema de telecomunicaciones brasileño (Telebrás), después que las grabaciones de una línea telefónica intervenida fueron a parar a la prensa, grabaciones que contenían declaraciones altamente comprometedoras.

Sólo en el gobierno de Dilma Roussef más de media docena de funcionarios de primer escalón, entre ministros y secretarios, tuvieron que renunciar al gobierno por sospechas de corrupción. Y así podríamos continuar citando muchos otros casos como el caso de los enanos del presupuesto en 1993 (anões do orçamento) que desviaban recursos del gobierno federal para sus cuentas personales y usaban medios como la compra de billetes de lotería premiados para lavar el dinero robado.

Más curioso aún fue ver llegar al poder a un tal de Luis Inácio de Lula da Silva (“the man”, según Barack Obama), el redentor de los pobres, que como él mismo decía cuando fue candidato a la presidencia por tres ocasiones seguidas antes de conseguir ganar, que resolvería los problemas del país con una firma. Y como dice el dicho, lo prometido es deuda, así que asumió el poder puso en marcha una serie de programas sociales que según las estadísticas oficiales sacaron de la pobreza a no menos de 20 millones de personas. De igual forma implementó el famoso programa de habitación llamado “minha casa minha vida” (mi casa, mi vida) que aumentó la demanda inmobiliaria en todo el país y que permitió que muchas personas pudieran realizar el sueño de la casa propia, no sin antes claro está, generar una burbuja inmobiliaria.

El  programa social de Lula, el “bolsa familia”, que le asigna una mensualidad a los padres de familia que envían a sus hijos a la escuela, también aceleró la demanda interna de bienes y servicios, y aliado a la demanda externa de commodities en cortos cuatro años Lula puso a Brazil en la ruta del crecimiento económico, llevándolo a la posición número seis de los países más ricos del mundo, sobrepasando incluso a Inglaterra, otrora el imperio británico.

Sin embargo, toda esa riqueza generada por los programas sociales, la demanda inmobiliaria y la demanda externa por las commodities, abundantes en el país del futbol y el carnaval, no fueron capaces de generar una mejor distribución de la riqueza, y aunque la FEBRABAN (Federación brasileña de bancos) y la FIESP (Federación de las Industrias del Estado de São Paulo) rompían año con año sus records de ganancias, la precariedad de los servicios sociales y la infra-estructura, la corrupción, la inflación saliendo de control y la violencia alcanzando records inimaginables, acabaron tornándose el carcañal de Aquiles del gobierno “socialista” del PT que ya se encuentra en su tercer mandato.

Y una vez que la demanda externa por commodities disminuyó, el éxito del gigante verde-amarillo demostró que tenía pies de barro, y a pesar del aparente éxito que había mostrado durante los últimos 11 años de gobierno petista, las cosas no están tan bien como parecían. Ni siquiera el aumento del poder adquisitivo de la clase media fue capaz de mantener a la gente satisfecha con las contradicciones del éxito brasileño, éxito que no se reflejaba en las condiciones de vida del brasileño común, en la calidad de los servicios sociales o en la infra-estructura.

Pero con todo ese cuadro de contradicciones, cómo se puede explicar que no haya sido sino un aumento de veinte centavos en las tarifas del transporte público que hizo explotar la paciencia de los brasileños. Cómo se puede explicar que el país que hace poco más de cuatro años atrás celebraba junto con el redentor de los pobres, Lula, la conquista de la sede del mundial de fútbol en 2014 y de los juegos olímpicos en 2016, ahora se lanza a las calles a reclamar por los excesivos gastos para hospedar esos eventos, mientras que los de a pié se mueren en los corredores de los hospitales, las escuelas públicas se están cayendo o simplemente los ciudadanos pueden ser asaltados a plena luz del día en los grandes centros urbanos, en un país donde nominalmente mueren más personas anualmente que en cualquier país en guerra.

Pero qué decir entonces de las agresiones que miembros del sindicato de la CUT - Central Única de los Trabajadores  - (uno de los sindicatos que junto con el PT llevó al poder a Lula) sufrieron durante las manifestaciones, o de cómo banderas de diversos partidos políticos han sido quemadas durante las manifestaciones. Si se puede hablar de una primavera brasileña (o tropical como otros insisten en llamarla), esta parece ser una primavera sin intermediarios. La gente no se cansó apenas de la falta de eso o de aquello, la gente se cansó de los políticos de siempre, no hay banderas del PT, PSDB, DEM, PSTU o PSOL en las manifestaciones, estas no son permitidas y hay de aquellos que se atrevan a levantarlas, hay reivindicaciones, demandas, exigencias por el fin de la corrupción, del clientelismo, de las negociaciones por debajo de los manteles, y los resultados de los protestos no se han hecho esperar, en Rio de Janeiro y São Paulo los precios de los pasajes no sufrirán el anunciado aumento de veinte centavos. Pero la gente quiere más, la gente ha descubierto que las calles tienen más poder que el voto y que las demandas de la población no pueden esperar por las próximas elecciones en 2014 cuando los gobernadores y el presidente serán relevados.

De la primavera árabe tendrán que aprender los brasileños. No basta reivindicar, exigir, gritar, es necesario un proyecto, es necesario organizarse, son necesarias caras nuevas, porque si nada de esto se da, en 2014 las caras, las banderas y las promesas de campaña serán las mismas, como en todos los años anteriores. El siguiente paso tiene que ser dado, la gente tiene que organizarse en los barrios, en las escuelas, en los trabajos (los sindicatos), es la gente, y no los intermediarios, los políticos de siempre, los corruptos de siempre, que tiene que buscar las alternativas para la resolución de sus problemas y exigirle a los gobiernos locales, estaduales y federal el cumplimiento de la agenda popular.

“En río revuelto, ganancia de pescador”, acostumbra a decir mi papá, y el oportunismo no se hará esperar, como sucedió  en Egipto con los “hermanos musulmanes” o como sucedió en Lybia o Tunisia. Un gran paso ha sido dado, el gigante durmiente ha despertado de su letargo, no dejen que se duerma de nuevo, la hora es ahora, las reformas no pueden esperar, los corruptos, los mensaleros, los políticos que tanto dinero le cuestan al país para no hacer nada tienen que salir del poder y ser juzgados.

Viví 7 años en Brazil y confieso que nunca vi una cosa semejante a la que se está viendo ahora, y eso es algo que me alegra. Ni el mundial del futbol ni las olimpíadas fueron capaces de anestesiar a los brasileños, muchos amigos míos se han ido a las calles a protestar, a manifestarse con la esperanza de días mejores, incluso gente que siempre fue indiferente con la política.

Si en Brazil veinte centavos fueron la gota que colmó el vaso, ¿cuántos centavos serán necesarios para que los salvadoreños despertemos de nuestro sueño y exijamos un país mejor para todos? ¿O simplemente nos vale veinte?


Edwin Lima
Ingenerio de sistemas graduado en Brazil en 1997 y padre de dos hijos brasileños.
edwinlima.blogspot.com

Sunday, 2 June 2013

4 AÑOS SALUDANDO CON SOMBRERO AJENO.





El día 1 de junio de 2013 se completaron cuatro años de la llegada de Funes y el FMLN al poder. En su discurso el pasado sábado Funes habló de los cambios implementados por su gobierno, cambios que han ayudado a los grupos sociales más débiles del país: los pobres. Se habla del paquete escolar, de las semillas para los agricultores, de la ley de medicamentos y de las unidades de salud. También se habla del descenso de los índices de asesinatos, cifras que antes de la implementación de la tregua llevaron al país en 2009 a ser considerado el más violento del mundo.

Contrario al pensamiento de derecha, considero que los programas sociales no pueden ser menospreciados ni vistos con desdén porque para sus beneficiarios, los pobres, les han caído como anillo al dedo. Un refrigerio para los niños pobres que muchas veces llegan con el estómago vacío a la escuela no puede ser subestimado, mucho menos el dolor de un madre que ve a su hijo, ni que sea un marero pero ni por eso menos hijo, ser la próxima víctima de la guerra entre las maras.

Sin embargo, hay cosas que no pueden ser negligenciadas y sobre ellas Funes no dice absolutamente nada, ni mucho menos su socio el FMLN. En primer lugar, la percepción de la violencia del ciudadano común no disminuyó, ni mucho menos las rentas que a diario los micro empresarios y los ciudadanos comunes sufren, eso sin dejar de mencionar que el gobierno hasta el día de hoy no asumió la paternidad de la tregua, no la asume como una política de Estado, pero mismo así insiste en que la disminución de los asesinatos es un producto directo de las políticas del gobierno, conforme Funes lo destacó en su discurso.

De igual forma, el país continua sufriendo con dos problemas de base gravísimos, como son los ingresos y la distribución de los mismos, lo que mantiene a la gente hundida en la pobreza y al país con un crecimiento económico raquítico. Los ingresos están directamente relacionados con el subempleo, la informalidad, los bajos salarios que el empresariado paga; con la dolarización que disminuyó el poder adquisitivo del trabajador y la competitividad de la ya incipiente industria nacional; quebró el agro y pasó a generar empleos en el exterior favoreciendo la importación de bienes en lugar de que los mismos fueran producidos en el país con mano de obra local.

En lo que dice respecto al gasto público, podemos constatar que éste aumentó en una media de 17% en relación a la administración de Saca-ARENA, mientras que los ingresos tributarios apenas aumentaron en un 3%. Y delante de esa relación aritmética desproporcional se puede llegar a una conclusión lógica y simple: si el gasto aumentó, pero no así los ingresos fiscales del Estado, la única manera de financiarlo es através del endeudamiento, lo que nos lleva al siguiente punto.

A finales del año 2008, durante el último año del gobierno Saca, la deuda del sector público no financiero (SPNF) se encontraba en 7927.6 millones. Ya al final del año de 2009 la deuda rondaba los 10 mil millones de dólares, para ser exactos se encontraba en 9332.5 millones. En 2010 la deuda alcanzó un valor de 10336.8 millones, y en abril de 2013 ese valor llegó a escandalosos 13480.1 millones (ver gráfico y tabla). Sin necesidad de tener PHD en economía podemos observar que el gobierno Funes se ha endeudado en más de 1000 millones de dólares por año y de seguir esa tendencia – y la está siguiendo- entregará el país con una deuda de casi 15 mil millones de dólares, o sea, habrá aumentado el endeudamiento público en más de cinco mil millones, superando así a su antecesor Elías Antonio Saca que endeudó el país en casi cinco mil millones.

De seguir el país a ese ritmo en más dos administraciones sobrepasaremos 100% del PIB en endeudamiento lo que tornará la deuda soberana impagable y comprometerá casi el 50% del presupuesto (o más) sólo en servicio de la deuda, lo que evidentemente inviabilizará el país(¡más aún!). Actualmente, conforme nos recuerda Salvador Arias, el país compromete casi 30% del presupuesto en servicio de la deuda; sólo en 2010, al tener que honrar el pago de una deuda heredada de ARENA, desembolsamos más de 1400 millones en servicio de la deuda, valor que sobrepasó el presupuesto en salud y educación.

De igual forma se puede ver como el ritmo de crecimiento del país continua bajo, crecimiento que no pasará de una media de  1% en los cinco años de gobierno de Funes, lo que evidentemente tiene implicaciones directas en la generación de empleo y en los ingresos fiscales del país. Contrario a lo que la ANEP dice, el motor del crecimiento económico son las remesas y no la astucia empresarial, y las políticas del gobierno hasta hoy se han mostrado ineficaces para estimular la economía.

Para concluir, el gobierno parece que continua contando con la buena voluntad (pacto de país como algunos le llaman) del empresariado para resolver la cuestión de la evasión y elusión fiscal, cosa que evidentemente no va a suceder, y así el endeudamiento continuará hasta que el país simplemente no le quede alternativa sino decretar una moratoria desorganizada. Mientras Funes y el FMLN se llenan la boca con los “cambios de verdad”, al paso que vamos cinco años más serán suficientes para que el país colapse y en lugar de profundizar los cambios se profundizará la crisis, que a decir verdad ya es de carácter permanente.

Contrario a lo que dice la derecha, los programas sociales son definitivamente necesarios e indispensables en un país con tantas desigualdades, pero si los programas se hacen a costas de endeudamiento sin una mejora substancial de los ingresos del país, sin tocar las estructuras responsables por el atraso y la pobreza, los programas no pasan de paternalismo y populismo puro.

Han sido cuatro años de estar saludando con sombrero ajeno, el sombrero de las futuras generaciones que no sabrán cómo pagar una deuda que no adquirieron.


Edwin Lima
edwinlima.blogspot.com