En el conversatorio que junto con Daniel Joya sostuvimos en el espacio alternativo de Voz de Washington Media con Benjamín Cuéllar, conocido luchador de los Derechos Humanos en El Salvador, Benjamín nos recordaba como el movimiento social que en la década de los 70 luchó con uñas y dientes durante la dictadura y que a raíz de la persecución política fue llevado a la guerra, se desmoviliza con el fin del conflicto y deja de tener la expresividad y el espíritu combativo que lo llevó a resistir la dictadura militar, la represión y lucha armada de los años 80. Ante la ausencia de un pueblo organizado los años 90 dan espacio para que los otrora guerrilleros tomaran las riendas de la política, neutralizaran el movimiento social, llegaran al Legislativo y finalmente en 2009, al Ejecutivo. La historia habla por sí sola, y sabemos que lo que un día fueron reivindicaciones populares, pasaron a convertirse en promesas políticas en el periodo de la pos-guerra cuyo incumplimiento le está pasando factura al país y a los partidos hegemónicos en particular.
Al entregarle a los políticos lo que otrora fueran luchas populares, se entregan también la esperanza y la combatividad, y por qué no decirlo, se pierde el horizonte utópico de un pueblo que un día había derramado hasta la propia sangue para derrocar al dictador de turno. Y es justamente esa entrega de la esperanza a los políticos que explica el encantamiento del pueblo con el demagogo de turno Nayib Bukele. El pueblo se resiste a aceptar que más una vez ha sido engañado, y cuanto más Bukele miente, oculta información, golpea la democracia, parece que el pueblo más lo aplaude, lo que llevará a El Salvador irremediablemente hacia el precipicio, hacia la quiebra de las cuentas públicas, aumento de la pobreza, quiebra de la economía nacional y al debilitamiento de las instituciones y del Estado de Derecho.
Aparte del populista y demagogo de turno, no hay en este momento nada nuevo debajo del sol, los partidos otrora hegemónicos perdieron (si es que un día la tuvieron) la capacidad de presentarle al país un proyecto de nación que pudiera traer cambios de verdadero impacto histórico. Así, todo indica que en febrero de 2021 los partidos de Bukele conquistarán el botín y pasarán a tener control absoluto de los tres poderes al tener la llave de la Asamblea legislativa que les permitirá nombrar magistrados de la CCR, Corte Suprema, Derechos Humanos, Fiscalía General y aprobar todo lo que se le antoje en la Asamblea al aprendiz de Trump.
Si las fuerzas políticas, económicas y sociales del país no se organizan al rededor de un nuevo y osado proyecto de nación, el país estará condenado a la mediocridad, exacerbación de la pobreza, a más emigración y a una violencia social que llevará el país al caos absoluto. La falta de comprensión de esta realidad hará con que más una vez todos los institutos políticos lancen al estrellato a sus cuadros más atrayentes para las elecciones presidenciales, legislativas y municipales en 2024(y desde ya en 2021), pero ante la ausencia de un programa inteligente, de candidatos realmente pensantes y honestos, el país se hundirá en el fango de una vez por todas sin que haya más esperanza para las futuras generaciones.
El fenómeno Bukele
El fenómeno Bukele, lejos de ser la cura al problema, representa apenas el hartazgo de la población a las promesas incumplidas, a la corrupción, al descaro de los políticos y contrario a lo que la propaganda oficial intenta mostrar, Bukele constituye la exacerbación del político que la gente odia pero que contradictoriamente ha tenido éxito en presentarse como la solución a los problemas del país. Pero lejos de tocar los problemas estructurales que asolan el país, Bukele hace uso de medidas cosméticas para mantener encantadas a las masas, y mientras no haya una alternativa viable, un proyecto de país con propuestas que apunten hacia un nuevo horizonte, la popularidad de Bukele se mantendrá alta. 2021 ya es una batalla perdida, y aunque talvez no sea la última pala de tierra en el féretro de ARENA y el FMLN, la eventual derrota que estos institutos vengan a sufrir pondrá en entredicho no sólo su sobrevivencia como también la validez del proyecto que le han presentado al país durante todos esos años y que claramente se ha agotado. La derrota de 2021 también cuestionará la manera como se ha venido haciendo política en el país, como muchas personas hicieron de la política su modus vivendi y se olvidaron que la política no es un fin en si mismo sino que un medio para transformar el país y administrar la cosa pública en beneficio de la población.
Si por un lado el gobierno de Bukele no representa novedades en la forma de hacer política, muy por el contrario, exacerba los vicios de la política salvadoreña, por el otro, los partidos tradicionales están teniendo serias dificultades para renovar sus cuadros, sus propuestas y jubilar de una vez por todas a los viejos caciques partidarios que durante años han dado las cartas en la política salvadoreña. De igual forma esos partidos han sido incapaces de sacar los esqueletos que tienen en el closet, de parar de proteger a sus corruptos de estimación y lejos de ofrecerle soluciones al país son, junto con Bukele, parte del problema.
La urgencia de un nuevo proyecto de nación.
A 29 años de firmados los acuerdos de paz está claro que las principales conquistas alcanzadas en aquel momento a saber: el fin del conflicto armado, la democratización del país, la institución de una nueva Policía Nacional Civil, la despolitización y disminución del poder que la FAES ejercía en el país, la libertad de expresión y la participación en la vida nacional de todas las fuerzas políticas independientemente de su ideología, una Corte Suprema independiente, entre otros logros, se agotaron, y es necesario que todas las fuerzas políticas y sociales del país se sienten nuevamente a la mesa y comiencen a pensar la nación que queremos construir y a reflexionar donde fue que como país nos perdimos en la hoja de ruta que los acuerdos de paz le trazaron al país en 1992.
Debemos poner en la agenda cosas fundamentales como el fin de la impunidad, la justicia social, la generación y justa distribución de la riqueza , la justicia fiscal, el combate a la corrupción, la autonomía alimentar, el medio ambiente, la diversidad de género, el fin de la violencia, la paz social, el acceso universal a la salud, vivienda, educación, entretenimiento como valores fundamentales e inalienables de la dignidad humana, la democracia participativa, nuestro lugar al sol como nación en la geopolítica, la migración y situación de nuestra diáspora, la vulnerabilidad ambiental entre otros temas que urge sean discutidos amplia y abiertamente por todos los salvadoreños.
Los actuales institutos políticos caducaron, el proyecto que le presentaron al país después de los acuerdos de paz, sea este el proyecto neoliberal arenero o el buen vivir del frente, perdió su relevancia, y el actual proyecto, el de las "nuevas ideas", no es sino un golpe maestro de saqueo a las cuentas públicas, de llevarse lo poco que aún le queda al estado y al pueblo salvadoreño.
Delante de los desafíos que tenemos por delante y con la esperanza de un futuro mejor para las nuevas generaciones celebremos con optimismo la firma de los Acuerdos de Paz que sentaron las bases de la democratización de El Salvador.
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