El miércoles 6 de abril El Salvador tuvo la visita del enviado especial del Departamento de Estado de Estados Unidos, Ricardo Zúñiga. Su visita, antes que de reconocimiento del terreno, fue más para medir la temperatura en el triágulo Norte y reunirse no sólo con los mandatarios de los repectivos países como también con organizaciones no gubernamentales con quienes recogería insumos que le permitirían evaluar la situación política en los países.
En el caso particular de El Salvador la visita tuvo dos objetivos principales:
1. Dejar claro que entre la administración Biden y la administración Bukele hay un océano de diferencias intrasponibles.
2. Y como consecuencia, dejarle claro al país que la administración gringa está jugando en la cancha opuesta a la de Bukele: en el combate a la corrupción; en el fortalecimiento de la institucionalidad; el respeto al Estado de Derecho, libertad de prensa y la democracia.
Bukele por su parte, en un acto de reciprocidad, dejó plantado al enviado de Biden dejando claro que le estaba pagando con la misma moneda como cuando el mandatario gringo no lo quiso recibir en Washington apesar de haberlo intentando por diversos canales, cosa que Bukele obviamente negó en su momento, pero que ahora, con ese desplante hacia Zúñiga, apenas confirma. El desplante de Bukele constituyó más un clavo en el ataúd del gobierno de Bukele, pero en contrapartida, Zuñiga le contestó de manera certera e inequívoca:
- apoyó la iniciativa de las organizaciones de la sociedad civil que piden la independencia de la CICIES, a lo que Bukele se opone;
- le dejó 2 millones a la FGR para que continue investigando la corrupción en el gobierno de Bukele;
- condenó enérgicamente la persecución a la prensa y el irrespeto a la institucionalidad;
- apoyó la ley recién aprobada en por la Asamblea que busca perseguir a los traficantes de personas, a lo que Bukele se opone;
- defendió el estado de derecho y la independencia de los tres poderes, lo que Bukele igualmente busca destruir.
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