Fuimos enseñados a justificar y aceptar la
violencia: murieron 32 mil indígenas en 1932, claro, por causa de la amenaza comunista;
murieron 75 mil compatriotas en un guerra cruel, claro, por revoltosos y
comunistas; el marido mandó a la mujer al hospital después de darle una senda
paliza, pues por algo le habrá pegado; el padre le dio con la hebilla al niño,
es que ese mono sólo piensa en joder; se quemaron 360 presos en una prisión en
Honduras, pues por algo estaban presos, y así, insensible e irracionalmente
vamos justificando la violencia como un valor a ser perpetuado.
¿De qué manera
podría definirse a un pueblo que le rinde culto a criminales, qué protege y
encubre genocidas? ¿Cómo se explica que uno de los mayores partidos del país
haya sido fundado por un genocida, persona non-grata inclusive en la tierra de
su alma-mater, ciudadano al que sus defensores le atribuyen apenas “algunos
errores”? ¿Cómo se explica que la violencia y la represión siempre sean los primeros
y únicos medios usados para resolver los “problemas” del país?
Talvez no se
explica, talvez sea incomprensible para cualquier persona que tenga un poco de
sentido común, un poco de sensibilidad. El país está dividido entre los que
idolatran a un cura que fue vilmente asesinado y entre los que idolatran a su
asesino, ¿hay manera de conseguir entender semejante paradoxo?
Talvez no se
explique, sin embargo cabe aquí hacer una retrospectiva histórica y darnos
cuenta del rol que el Estado ha jugado en la formación del inconsciente
colectivo a través de los mecanismos de los cuáles dispone: la educación, la
religión (inminentemente derechista y pro-establishment, con algunas excepciones),
la familia, los órganos represivos y los medios de comunicación, etc. Todos estos agentes mencionados han contribuido
a formar en el inconsciente colectivo un sentimiento de obediencia y sumisión
al Estado.
Por ejemplo, siempre
se le engañó a la gente haciéndola creer que el país es pobre y que por eso hay
tanta miseria, mientras que un simple vistazo a la realidad, al entorno, vemos
algo totalmente diferente: riqueza y ostentación por parte de una minoría, con
centros comerciales para hacerle envidia a cualquier país europeo, con balnearios
y hoteles de lujo, carros carísimos circulando por las calles, mansiones siendo
construidas inclusive por aquellos que en otro momento andaban en las montañas luchando
teóricamente por el pueblo. Es para
sustentar el despilfarro de unos pocos que se le niega lo mínimo necesario a
las mayorías, y eso siempre se le vendió a la gente como normal, una fatalidad
que el destino nos impuso por ser pobres.
De igual manera, cuando
los trabajadores comenzaron a protestar -y acá podemos hablar del levantamiento
de los Nonualcos, del levantamiento indígena del 32, y finalmente del
levantamiento popular de los 70 que desembocó en la guerra civil de los 80, etc.-
había dos opciones, escuchar las demandas y ponderar si estas eran justas y si
podían ser atendidas, o reprimir. La opción en todos los casos fue clara, la
represión. En el 32, en nombre de la amenaza comunista, se mataron millares de indígenas,
se mataron a todos aquellos que osaron rebelarse contra el hambre, contra los
salarios indignos, contra la falta de tierra para el cultivo de subsistencia,
contra el mono-cultivo, pero la justificativa del genocidio fue “la amenaza
comunista”. Y en los 80 no fue diferente, los militares lo dijeron claro: aquí
va a haber derramamiento de sangre. Y para buena parte de la población los culpables del
derramamiento no son los militares y la oligarquía (cuyos intereses eran
defendidos), mas los revoltosos que osaron pedir mejores condiciones de
trabajo, mejores salarios, educación, salud, vivienda, servicios básicos. Así,
la guerra surge como una reacción a la falta de espacios políticos para demandar
los derechos de todo ciudadano: una vida digna, apenas eso, ¿será que eso es
mucho pedir para esta gente?
1 millón de
dólares diarios se gastaban para sustentar esa guerra sanguinaria en nombre de
la amenaza comunista, y en 12 años de guerra se gastaron 5 mil millones de
dólares. Y
pregunto, ¿cómo se explica que se prefiera gastar todo ese dinero para financiar una guerra en lugar de aplicarlo para atender las
demandas populares? ¿Cómo se explica que si 12 años de guerra no le enseñaron a la oligarquía, a los militares y al pueblo que la violencia y la
represión no resolvieron los problemas del país y por qué creen que hoy sí lo
hará?
La receta
continua la misma, es preferible para esta gente seguir el mismo camino, el de
la represión, el de los estados de excepción, a atender las demandas del pueblo,
a intentar nuevos caminos, ni que sea para decir, a ver si así se callan, para
que vean que eso no funciona. Pero no, se continua con las manos duras y super
duras, combate a las maras, etc, etc, mientras las demandas populares que son
las mismas desde que el país es colonia, continúan intactas e inatendidas. Pero
lo que más sorprende no es la actitud de los pseudo-líderes, sino que de la
población, que más una vez dicen “amén” a las medidas represivas que el “gobierno
del cambio” le está recetando al país.
Somos un pueblo violento,
no porque así lo queramos, sino porque así nos formaron, usaron de todos los
medios habidos y por haber para inculcar en la gente la sumisión y la obediencia
al Estado que por su vez existe para sustentar y perpetuar los intereses de los
grupos de poder, sean estos políticos, económicos o militares.
Fuimos enseñados
a justificar y aceptar la violencia: murieron 32 mil indígenas en 1932, claro, por
causa de la amenaza comunista; murieron 75 mil compatriotas en un guerra cruel,
claro, por revoltosos y comunistas; el marido mandó a la mujer al hospital
después de darle una senda paliza, pues por algo le habrá pegado; el padre le
dio con la hebilla al niño, es que ese mono sólo piensa en joder; se quemaron
360 presos en una prisión en Honduras, pues por algo estaban presos, y así,
insensible e irracionalmente vamos justificando la violencia como un valor a
ser perpetuado.
Mientras no abramos
los ojos y nos demos cuenta de la manera como somos usados, inducidos a
conmemorar la muerte de un genocida, o a acatar obedientemente los diversos
planos represivos que supuestamente habrán de combatir la violencia, sin que
hasta ahora y desde siempre hayan mostrado resultados, continuaremos como
estamos: una sociedad violenta condenada a más violencia e injusticia, sin
esperanzas de encontrar el camino para el futuro.
Para concluir se
le deja la siguiente pregunta al lector: si los planos represivos nunca
funcionaron, ¿ya se preguntó usted por qué hasta ahora el Estado nunca optó por
otras alternativas?
Edwin Lima