El 16 de enero de 1992, después de una guerra fratricida que ya duraba 12 años, se le pone un punto y aparte a la guerra civil que había cobrado las vidas de más de 75 mil compatriotas, miles de desaparecidos, niños huérfanos, destrucción a la infraestructura nacional, traumas, millares de lisiados de guerra, violaciones a los derechos humanos, secuestros, torturas, crímenes de guerra, destrucción de pueblos enteros (como por ejemplo el Mozote), etc. Los acuerdos de paz también le permiten al país entrar a la era de la pos-guerra fría cuyo fin había sido marcado con la estrepitosa caída de Unión Soviética.
Mientras en El Salvador se libraba uno de los más fuertes enfrentamientos entre la guerrilla y las FAES en la famosa ofensiva del 11 de noviembre de 1989, en Alemania Oriental se derrumbaba a punta de piocha el muro de Berlín que había partido en dos a Alemania, evento histórico que marcó el inicio del fin de la guerra fría, lo que nos ponía en el contrasentido de la historia en la geopolítica mundial.
Con el suicidio del comandante Marcial acto seguido al impune crimen de la comandante guerrillera Mélida Anaya Montes, las Fuerza Populares de Liberación (FPL) pasan a ser controladas por el Partido Comunista (PC), lo que constituye un revés en la estrategia guerrillera que buscaba alcanzar la revolución en El Salvador bajo el lema “si Nicaragua venció, El Salvador vencerá”. A partir de ese momento, la lucha armada como medio para alcanzar la revolución da lugar a la negociación como estrategia para acabar la guerra, lo que lleva a las partes beligerantes al primer diálogo en la Palma el 15 de octubre de 1984 curiosamente a exactos cinco años del golpe de estado de 1979.
Se pasaron siete años y medio para que la estrategia diera frutos y tras intensos diálogos y negociaciones entre la FAES, el FMLN, el Gobierno de El Salvador y los países amigos congregados en el Grupo de Contadora, el 16 de Enero de 1992 se firman los acuerdos de paz.
Pero a 28 años años de finalizado el conflicto parece que el salvadoreño común menosprecia lo que se alcanzó en aquel momento y lanzando mano de todo tipo de anacronismos tira al tacho de la basura aquella conquista.
Los acuerdos de paz no pueden ser juzgados por aquello que no se alcanzó porque es justamente aquello sobre lo cual no se llegó a un acuerdo como lo es la distribución de renta, la justicia social, la salud, educación, vivienda, alimento para todos, y el derecho a una vida digna para cada salvadoreño, que la lucha, aunque por otros medios, no debería haber cesado, y en realidad no cesó, pero se creyó que el resto de las tareas aún sin cumplir se alcanzarían automáticamente por la mano invisible del mercado.
Cuando el FMLN firma los acuerdos de Chapultepec, implícitamente está firmando y aceptando su domesticación y su adaptación a las reglas del juego democrático capitalista occidental. Pero no sólo acepta esas reglas políticas como también acepta las reglas que rigen el capitalismo salvaje hegemónico, y es en ese proceso de domesticación pierde el horizonte utópico de la lucha que un día se inició mucho antes del inicio de la guerra. Ante eso podemos decir con toda la frialdad posible que el FMLN en cuanto sujeto histórico caducó, cumplió su papel histórico y hoy en cuanto expresión político-partidaria de la izquierda salvadoreña perdió su valor.
El momento histórico, a 28 años de Chapultepec, le impone grandes desafíos a la izquierda salvadoreña(y a todos los salvadoreños independientemente de su tinte ideológico), desafíos que aún no han encontrado las debidas respuestas que el país necesita. Insistir en buscar las respuestas en la misma forma de hacer política, en la misma forma de regir la economía nacional, es estulticia. El país demanda nuevas respuestas a las viejas y a las nuevas preguntas. Si en la década de los 70 la injusticia social y la persecución política eran las grandes preguntas del momento, hoy la historia nos exige respuestas al fenómeno pandilleril, a la llegada de nuevas tecnologías que amenazan la ya precaria situación laboral del salvadoreño, a la independencia alimentaria, al cambio climático, a la diversidad en sus más diversos matices (de género, religiosa, de pensamiento, etc), a la independencia energética, al crecimiento poblacional, al tema de las aguas, a la emigración y la creciente diáspora salvadoreña, entre otros desafíos que nos eran ajenos o nos golpeaban con menos intensidad al comienzo del conflicto armado.
Situar los acuerdos de paz en su debido contexto histórico nos ayudará no sólo a darles su valor debido como también a entender que el momento histórico 28 años más tarde le exige a todos los salvadoreños comprometidos con su país respuestas relevantes y creativas para que podamos dar el salto histórico que nos permitirá ofrecerle un futuro mejor a las futuras generaciones. Tratar la gestión pública como la administración permanente de la crisis donde no hay más alternativas al pensamiento hegemónico no nos llevará a ningún lugar.
Mientras en El Salvador se libraba uno de los más fuertes enfrentamientos entre la guerrilla y las FAES en la famosa ofensiva del 11 de noviembre de 1989, en Alemania Oriental se derrumbaba a punta de piocha el muro de Berlín que había partido en dos a Alemania, evento histórico que marcó el inicio del fin de la guerra fría, lo que nos ponía en el contrasentido de la historia en la geopolítica mundial.
Con el suicidio del comandante Marcial acto seguido al impune crimen de la comandante guerrillera Mélida Anaya Montes, las Fuerza Populares de Liberación (FPL) pasan a ser controladas por el Partido Comunista (PC), lo que constituye un revés en la estrategia guerrillera que buscaba alcanzar la revolución en El Salvador bajo el lema “si Nicaragua venció, El Salvador vencerá”. A partir de ese momento, la lucha armada como medio para alcanzar la revolución da lugar a la negociación como estrategia para acabar la guerra, lo que lleva a las partes beligerantes al primer diálogo en la Palma el 15 de octubre de 1984 curiosamente a exactos cinco años del golpe de estado de 1979.
Se pasaron siete años y medio para que la estrategia diera frutos y tras intensos diálogos y negociaciones entre la FAES, el FMLN, el Gobierno de El Salvador y los países amigos congregados en el Grupo de Contadora, el 16 de Enero de 1992 se firman los acuerdos de paz.
Pero a 28 años años de finalizado el conflicto parece que el salvadoreño común menosprecia lo que se alcanzó en aquel momento y lanzando mano de todo tipo de anacronismos tira al tacho de la basura aquella conquista.
Los acuerdos de paz no pueden ser juzgados por aquello que no se alcanzó porque es justamente aquello sobre lo cual no se llegó a un acuerdo como lo es la distribución de renta, la justicia social, la salud, educación, vivienda, alimento para todos, y el derecho a una vida digna para cada salvadoreño, que la lucha, aunque por otros medios, no debería haber cesado, y en realidad no cesó, pero se creyó que el resto de las tareas aún sin cumplir se alcanzarían automáticamente por la mano invisible del mercado.
Cuando el FMLN firma los acuerdos de Chapultepec, implícitamente está firmando y aceptando su domesticación y su adaptación a las reglas del juego democrático capitalista occidental. Pero no sólo acepta esas reglas políticas como también acepta las reglas que rigen el capitalismo salvaje hegemónico, y es en ese proceso de domesticación pierde el horizonte utópico de la lucha que un día se inició mucho antes del inicio de la guerra. Ante eso podemos decir con toda la frialdad posible que el FMLN en cuanto sujeto histórico caducó, cumplió su papel histórico y hoy en cuanto expresión político-partidaria de la izquierda salvadoreña perdió su valor.
El momento histórico, a 28 años de Chapultepec, le impone grandes desafíos a la izquierda salvadoreña(y a todos los salvadoreños independientemente de su tinte ideológico), desafíos que aún no han encontrado las debidas respuestas que el país necesita. Insistir en buscar las respuestas en la misma forma de hacer política, en la misma forma de regir la economía nacional, es estulticia. El país demanda nuevas respuestas a las viejas y a las nuevas preguntas. Si en la década de los 70 la injusticia social y la persecución política eran las grandes preguntas del momento, hoy la historia nos exige respuestas al fenómeno pandilleril, a la llegada de nuevas tecnologías que amenazan la ya precaria situación laboral del salvadoreño, a la independencia alimentaria, al cambio climático, a la diversidad en sus más diversos matices (de género, religiosa, de pensamiento, etc), a la independencia energética, al crecimiento poblacional, al tema de las aguas, a la emigración y la creciente diáspora salvadoreña, entre otros desafíos que nos eran ajenos o nos golpeaban con menos intensidad al comienzo del conflicto armado.
Situar los acuerdos de paz en su debido contexto histórico nos ayudará no sólo a darles su valor debido como también a entender que el momento histórico 28 años más tarde le exige a todos los salvadoreños comprometidos con su país respuestas relevantes y creativas para que podamos dar el salto histórico que nos permitirá ofrecerle un futuro mejor a las futuras generaciones. Tratar la gestión pública como la administración permanente de la crisis donde no hay más alternativas al pensamiento hegemónico no nos llevará a ningún lugar.
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